Los "Padres del Criollismo" - Guías o mentores

Capítulo IV, Separata del Diario "El Sol"

Manuel Zanutelli Rosas - Lima, Julio 1999

Felipe Pinglo
Pinglo no surgió como compositor de la noche a la mañana. Escuchó a los cantores de barrio que, sin saberlo, se fueron constituyendo en sus guías o mentores. Muchacho aún, solía concurrir a las jaranas que celebraban sus amigos en sus modestas viviendas: en cuartos de callejón o en casas de vecindad. Oyó valses y polcas que un grupo de personas componía para beneplácito propio porque tenía algo que expresar. Esos hombres, muchísimos de ellos anónimos, son los llamados "padres del criollismo", los compositores de la llamada "guardia vieja", términos que podría cambiarse por el de precursores.

Cito algunos nombres: Oscar Molina Peña (n. 1876), Miguel Almenerio (n. 1877), Braulio Sancho Dávil (+ 1920), Nicanor Casas (+ 1931), Guillermo Suárez (n. 1888). "El Cancionero de Lima", fundado en 1910, nos brinda un amplio panorama de cultores del cantar criollo, como fueron Pedro Arzola, Felipe Laynes, L. Arciniega, Manuel Abarca, Reinaldo Valdizán, Moisés Velázquez, Víctor Murga, Francisco Cepeda, Juan P. Cárdenas, Carlos Marres, Bernardo Cruz Briceño, David Suárez, Ceferino Vergara, Gregorio Chumpitaz, R. Maristani y Lucas C. Bringas. Hay un letrista que debe formar parte de este elenco, Juan Vallés Vargas (n. 1866), autor de "Anna Pavlowa" ("Siguiendo de la música el movimiento armónico/las ideales sílfides de condición elástica,/ anímanse al unísono bajo el poder sinfónico/en floración cromática como visión fantástica"), con música de Manuel Covarrubias, de la generación de Felipe Pinglo.

Un autor que trabajó por la música nacional fue Romualdo Alva (1870 – 1941): compuso tristes, yaravíes, polcas, valses, marineras, algunas partituras, que conservo, fueron impresas en la litografía de Badiola y Cía. Laborioso fue igualmente José Alvarado, muerto en 1891, conocido fundamentalmente por sus marineras, aunque le pertenece la música del vals "El carnaval"; la letra puede verse en el diario "La Situación" del 20 de febrero de 1882.

Justo Arredondo (+ 1926) le puso la música a "Luis Pardo" o "La andarita", de Abelardo Gamarra. Sin embargo, hay dos "Luis Pardo" más, como se ha dicho en el capítulo anterior, que con la primera composición formaron una trilogía del sentimiento popular, encaminada a convertir a un perseguido por la justicia, en un protector de los pobres. Se debe agregar a esta lista el nombre de Emilio Germán Amézaga (1870-1931) autor de 22 valses y, también, los de Eduardo Recavarren García Calderón (1865 – 1915) quien compuso "Perlas limeñas", "Insinuaciones", "Ausencia" y "Al pie del Misti"; y José Benigno Ugarte (1857 – 1919) que suscribió "A orillas del Rímac" y "Eloísa". A ellos debe sumarse, sin lugar a dudas, un escritor y periodista de la sierra consustanciado con el litoral , cuyo nombre queremos reiterar: Abelardo Gamarra (1850 – 1924).

El callejón en su laberinto

La obra de Pinglo está conformada por más e cien composiciones y en ninguna de ellas hay referencia al callejón, que el conocía, por haber concurrido tantas y tantas veces para celebrar cumpleaños y corcobas. Sensible a la situación social de los desheredados y marginados por la clase dirigente, se convierte en un contestatario; pero sin aspavientos, sin pose. Lo es en la "Oración del labriego", "Jacobo el leñador", "Pobre obrerita y, sobre todo en su vals cimero "El plebeyo".

Lima no sólo ha sido la ciudad e los campanarios, de las flores de las casas con ventanas de reja y balcones saledizos. Lima ha sido también, callejonera. Había callejones por todas partes, donde vivir era una tortura. Se carecía de electricidad y el servicio de agua y desague era insuficiente: se contaba con un solo caño y, como no se disponía de servicios higiénicos, era necesario acudir al botadero. El Censo de la provincia de Lima (26 de junio de 1908) es esclarecedor al respecto.

Viviendas de adobe y quincha, allí la miseria y las enfermedades se daban la mano. Se llegó a hablar de la "influencia de la habitación sobre la salud del habitante". Manuel pardo, en su campaña electoral de 1872, visitó ese mundo de pobreza en su afán de conquistar votos, según los recuerdos que hizo el abogado Paulino Fuentes Castro (1854 – 1924) en la edición de "Mundial", correspondiente al 28 de julio de 1921. Acompañado Pardo, por su secretario particular Ricardo Espiell, "vecino de Abajo el Puente", visitó uno de los callejones de ese popular barrio limeño. "Una negra vieja, al ver a pardo, avanzó hacia él con los brazos abiertos y estrechándolo en ellos, limpiándose los labios con la manga de su camisa, le dio un beso en la boca gritando alborozada: -Mi niño don Manuel, vengan a verlo. Que viva!. Situación que demagógicamente aprovechó Espiell para decirle a los vecinos: "Aquí tienen pues a don Manuel, que viene a visitarlos y ofrecerles su protección para cuando lo elijamos presidente".

El médico Rómulo Eyzaguirre, en su estudio Enfermedades evitables (1906), que trata de la influencia de las habitaciones de Lima sobre las causas de la mortalidad infantil, señaló que los callejones eran foco de infección. El alto índice de fallecimientos que se presentaba allí era conmovedor. Tuberculosis, viruela, fiebre amarilla, eran los males que manifestaban en esos cuartos, "compuestos de una o dos habitaciones, húmedas, malolientes, que a la vez son sala, dormitorio y cocina, y donde los ocupantes viven aglomerados", , decía el mismo profesional en otro trabajo, Las epidemias en Lima durante el siglo XIX.

Abelardo Gamarra en su folleto Lima: unos cuantos barrios y unos cuantos tipos (1907), hizo referencias bastante ilustrativas de los callejones. Su descripción es patética. Conmueve saber cómo un gran sector de la población podía desplazar su existencia en ese infierno, donde, en un caño, sus moradores lavaban "sus platos, ollas, sus baldes de agua puerca y demás pestilencias innombrables". En esa época el por pago por arrendamiento era de tres a diez soles, "o sea un término medio de seis soles al mes", como se lee en el comentario al censo realizado en 1908.

En aquellos años se laboraba de sol a sol y lo que se percibía apenas alcanzaba para las necesidades inmediatas. Del jornal miserable no quedaba nada, se esfumaba como una ilusión. Carlos B. Cisneros, en su Monografía del departamento de Lima (1911), trasladó los jornales que se pagaban en la capital. Los más afortunados –ebanistas, maquinistas- tenían un ingreso diario de tres soles y, los herreros, tipógrafos y panaderos, apenas de dos soles. A los carpintero y albañiles se les pagaba un sol ochenta centavos; a los hojalateros y los sastres un sol cincuenta, y a los peones un sol veinte.

Se vivía con toda clase de limitaciones, todo debía ser enfrentado con sus magros ingresos. Desayuno, almuerzo, comida, casa, ropa y enfermedades; y cuando por urgencias propias de su estado alguien necesitaba dinero, se recurría a quienes lo facilitaban al diario o "con un 20 ó 30 %" al mes. Se comprende entonces que Lima fuese "tierra de promisión para el agio". Cuando por suerte se encontraba a la mano algo que empeñar, el camino era pues el Monte de Piedad, que en Lima andaban desparramados en buen número a cargo de italianos.

Veamos otro aspecto de los callejones. Junto a la casona colonial no era raro que hubiera un callejón. Y así Ño Bemba y su prole de zambitos y mulatos, resultaban ser vecinos de un ilustre señor o de una legataria de antiguos pergaminos de nobleza. El callejonero no tenía que ser, necesariamente, negro, mulato o zambo; había blancos que sin capacidad económica para ir a vivir siquiera a una "casa de vecindad", anclaban en ese sub mundo. Y allí, consustanciados con el ambiente, o porque ellos eran así, "derramaban lisura" (como en el vals de Chabuca Granda), con gran conocimiento y causa.

Un callejón muy conocido en Lima fue el llamado "La Bandera Blanca". Quedaba en la avenida Abancay; pero en él vivían exclusivamente negros. "Allí hacían los grandes frejoles con yuca: la yuca la hacían hervir bien, luego la pasaban y la mezclaban a los frejoles; ese es el estilo a la cañetana" –contó en una ocasión Augusto Ascuez- Allí, recordaba Julio Baudoin Laos, "se formaban jaranas de padre y señor mío, con negras retintas, de pelo apretado, bellas, orgullosas, originarias, sutiles y dotadas de inteligencia un poco salvaje". (11).

Al son de la tambora

Y al dómide del compás,

A que no me quemas el arca,

A que no me quemas el arca

A que no me quemas

El alcatraz

La irrupción de la luz eléctrica en la capital (1899), no supuso que todos los hogares disfrutasen de este servicio. Aquellos que sólo gozaban de un ajustado ingreso –jornal o sueldo- no podían aspirar ni siquiera a uno o dos focos de luz. El precio mínimo al mes era de dos soles por el denominado "alumbrado fijo". Quien deseaba disfrutar del "alumbrado de medidor" y, en consecuencia, con libertad para iluminar cada una de las habitaciones de su hogar, debía atenerse a las consecuencias. Por "kilowatt hora o sea 1000 watts" se abonaba 30 centavos; si el consumo llegaba, por ejemplo, a 26 mil watts es decir a S/. 7.50, había una rebaja de 5% (12).

Hubo hasta hace unos treinta o cuarenta años una frase agraviante muy usada en Lima, referida a los negros de conducta irreprochable y educados, aunque quienes la pronunciaban no lo creyeran así y la tuvieran, en cambio, como un gran elogio: "Lo ofende el color". ¿Por qué, necesariamente, el color negro o moreno tenía que ser ofensivo?.

Para matar tristezas, penas y zozobras, acontecimientos familiares como bautizos, cumpleaños o casamientos, eran como un regalo de Dios. El callejón se llenaba de alegría. Se organizaba una fiesta con asistencia de familiares y amigos y se jaraneaba hasta el amanecer. Era una manera de desahogarse de frustraciones y fracasos, aunque después, el lunes, se volviese a remar contra la corriente.

Jarana, dice Juan de Arona en su Diccionario de peruanismos, "equivale a diversión nocturna de carácter popular". Sus derivados, apunta el mismo autor son: jaranear, jaranista y jaranero. Por extensión, agrega Alberto Tauro, "se aplica a toda reunión donde campean el alcohol, una excesiva algazara, cierto desorden y modales desentonados".

Son muy diferentes, por supuesto, las expresiones literarias del callejón. A lo José Diez Canseco (Lima: coplas y guitarras. 1949), cuando dice: "Desde el día anterior llegan, junto con los saludos engreidores, las botellas de pisco y chicha y las viandas que son siempre las mismas: arroz con pato de la cena y chilcano lechucero". O, también, a lo José Gálvez, evocador, nostálgico de buena prosa y limeño por adopción.

Federico More dijo alguna vez que era necesario defender el callejón, porque era "el mentidero, el lugar de la charla de las comadres, recinto de chismes, almácigo de cuentos y averiguaciones". Debemos defenderlo, agregaba, "en lo que tiene de institucional, de costumbres, de modo de ser de la ciudad".

Retretas y cinematógrafo

Las retretas eran parte de la vida limeña. El diccionario las define como especies de serenatas militares. No tanto, en ellas el porcentaje de música marcial era menor que el de la música popular. "La Salaverryna" o "Ataque de Uchumayo" marcha compuesta en 1835 en Bellavista por el mulato Manuel Bañón, en homenaje al impetuoso general Felipe Santiago Salaverry, en su tiempo primera lanza del Perú, era la más festejada por los curiosos y paseantes. En las retretas se hacía conocer la creación de nuestros compositores: marineras, valses y polcas. Congregaban público, en su mayoría padres de familia con sus hijos. El lugar de reunión eran las plazuelas de los barrios de la ciudad. Pinglo no fue ajeno a estas manifestaciones como no lo fue, tampoco, su concurrencia al cinematógrafo desde la época en que las películas eran mudas, así como a los espectáculos de varieté animados por pequeñas orquestas y estudiantinas.

Lo que influyó mucho en el gusto musical de la gente, a través del disco, fue la ortofónica. Durante el oncenio de Leguía (1919 – 1930) época de la adultez plena del compositor, el tango y los one step, foxtrot, shimmy y couplets, marginan a las expresiones del cantar popular criollo. La revista "Mundial" publica las partituras y, acaso sin querer, contribuye a la divulgación de la música extranjera. Los fonógrafos (victrolas y ortofónicas) servían para popularizar la música foránea; de lo nuestro se grababa muy poco, como es el caso de Eduardo Montes y César Augusto Manrique, quienes el 28 de agosto de 1911 se dirigieron a Nueva York con el propósito de grabar canciones peruanas en "discos y cilindros fonográficos" para la casa Columbia.

La revista "Variedades" les inventó un diálogo, presuntamente sostenido con un empresario norteamericano que "mascaba" castellano.

-Ustedes haber llegado buen, ustedes ser dos cholitas de boina voz criolla.

-Yes, mister...semos dos chicos de consolodi de yeso y de príquite manganzúa, capaces de hacer bailar a un gringo, y que en cuanto cajeamos en un poste, ya está Godoy bailando con más agilidad que raspa la olla.

-Boino no conocer Godoy. Ustedes cantar inmediatamente. Yo esperar contento la llegada de ustedes.

Y así fue como se embarcaron a bordo del vapor "Uruguay" rumbo a dicha ciudad, se alojaron en el hotel "Jirohouse" y al cabo de una semana empezaron a grabar. El trabajo duró tres meses.

Volvamos al caso Pinglo. No se rinde y en 1919 da a conocer el vals "Porfiria": "De mirtos coronada/ en medio de las flores,/ te he visto yo Porfiria,/ en mi sueño de amor;/ mas al llegar el día,/ al final, ya despierto,/ vino el hada en la noche,/ besóme y se alejó./ ¿Qué fue de tu belleza,/ qué fué de tu hermosura,/ ese mirar de fuego/ que el mundo pregonó?"

También surgen en esa época de crisis de la canción criolla: "Claro de luna", vals estrenado el 14 de abril de 1924, cuyas dos primeras estrofas dicen:

Ven que entre mis brazos,

Entre mis caricias,

Al claro de luna, mujer,

Vivo yo contento y feliz

Porque siempre

Estoy junto a ti

Y cuando la luna

Con sus albos haces

De rayos alumbre a los dos,

Tendrás envidia y celos

De tan puro amor.

La polca "Los limoneros" data de 1927: "Allá en la playa, lejos, muy lejos,/ donde se arrastra hondo caudal/ crecen hermosos los limoneros/ que dan su fruto,/ en el platanal".

De 1929 es "Rosa Luz": "La morena Rosa Luz que es mi beldad,/ a quien amo con todito el corazón,/ saborea las delicias del cariño,/ ella vive muy feliz con su pasión.

Espíritu novador, cinceló sus versos, los pulió, puso gran empeño en el adecuado empleo de la palabra. Decantó cada expresión, evitando, como las evitó, las rimas chapuceras. Fue uno de os pocos afortunados letristas de su tiempo: sus versos fueron como un soplo de vida, una brisa en medio de la sofocación que producía, muchas veces, la lectura de letras mal compuestas.