La Danza de las Tijeras
Es una de las danzas más impresionantes del Ande Peruano, se ejecuta con la música del violín y el arpa y una especie de hoja de metal separada, que se asemejan a unas tijeras, los bailarines llamados danzantes son protagonistas de un ritual que consiste en una extensa competencia con otros danzantes para poner a prueba su destreza, física, habilidad y resistencia. Al ganador se le atribuye estar protegido e iluminado por los Apus Wamani y las divinidades andinas, representados por los dioses de las montañas.
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LA
DANZA DE LAS TIJERAS EN LA ACTUALIDAD En
Lima, el tiempo y el espacio urbano han provocado transformaciones profundas
del baile. En las fiestas religiosas tradicionales celebradas por las
asociaciones provinciales, solamente se celebra durante dos o tres días,
un fin de semana. En los teatros, se tuvo que adaptar para la escena teatral
y cada representación solamente dura de 15 hasta 20 minutos. La Danza de las Tijeras corresponde a la región que ocupó el fiero reino Chanca y que hoy abarca a los departamentos de Abancay , Ayacucho, Huancavelica y parte del norte de Arequipa. Aunque no existe información definitiva sobre su origen, especialistas como la antropóloga Lucy Núñez Rebaza y el profesor Antonio Salvador Villegas Falcón, reconocen una simiente en la tradición prehispánica, dentro de las fiestas de cosecha y labranza. Indómitos y guerreros como eran, los chancas no solo repelieron en algún momento la expansión Inca, sino que su descendencia también se rebelaría ante el yugo español, cuando, en pleno siglo XVI, el movimiento Taqui Oncoy se enfrentó a la Corona. Según Villegas Falcón, es poco probable que la Danza de Tijeras haya sido una manifestación generada por esta asonada rebelde que buscaba la extirpación de toda influencia occidental. Sin embargo, es a esa época que se remontan los primeros registros de esta tradición, puesto de manifiesto en dibujos de Huamán Poma y acuarelas de Pancho Fierro. De esta época también data la confusa vinculación del baile con el maligno, fomentada básicamente por los clérigos coloniales, quiénes desde su óptica occidental dieron por llamar idolatría a todo aquello que no fuera parte del rito católico. Por ajena y pagana, la veneración andina quedó identificada como maléfica. Sin embargo, para la cosmovisión andina, la ofrenda a la huaca, al cerro, a la tierra, a la cascada, a la naturaleza, implica significados sagrados e inequívocos. Incluso con los demonios del ande, los Supay, es posible efectuar tratos, promesas, compromisos a cambio de un favor, de un beneficio. A cambio de que el espíritu maloso interceda por el danzante en su hora difícil. El Supay resulta por ello benévolo en la mayoría de los casos. Solo se pone bravo cuando el cholo se acriolla demasiado, peca de vivo y no cumple con su pago. Una tradición que tranquilamente se traslada a las formas en que se manejan muchas personas del interior del país con los santos, beatos o imágenes de su devoción. Serán
todo lo oscuros que quieran, pero a nadie se le pasa el hipo cuando aparecen
menudos y brillantes contorsionistas con nombres como Super Demonio, Rayu
Miau (“el que traga rayos”), Apu Sauri (“humo del cerro”)
y Rasu Ñiti (“el que pisa el hielo”). La gente los
asume como parte de la tradición. Sin embargo, los de Lima son
un poco más luminosos para los apelativos: Yana Misi (“gato
negro”), Astro Rey, Acero y Sol de Oro. |
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